Recorriendo el arte de hace mil años.

Vall de Boí, entre ermitas románicas.

Montañas, agua y caminos donde los sentidos se despiertan a cada curva. Donde nos esperan muros con musgo que nos delatan su orientación.

Momentos para disfrutar decenas y decenas de mariposas que revolotean curiosas y aferradas a su corta existencia. Agua que baja con fuerza desgastando piedras y regalando vida. Pueblos que se mimetizan con el paisaje, donde nada desentona. Recorrer caminos y senderos para llegar a joyas del románico, arte en estado puro que nos retrotrae mil años.

Sant Feliu de Barruera, del más puro estilo románico lombardino, nos da la bienvenida y nos indica el próximo destino.

Y tras una subida a pie por un bosque cerrado, acompañados en tramos por el murmullo del agua llegamos para admirar una y otra vez la iglesia de la Nativitat. No pudimos ver la talla románica de Nicodemo, una pena, y es que estás iglesias y ermitas, Patrimonio de la Humanidad, abren a determinadas horas y no todos los días. Aún así y aunque sobre su planta primitiva románica se hicieron añadidos, en los siglos XVI y XVIII, no podemos irnos sin disfrutar de su portada y pórtico.

Y las más de hora y media subiendo con un fuerte desnivel no nos desalentó para el siguiente reto. Llegar hasta donde nos recibe la silueta de una pequeña y modesta ermita. Allí, dominando el paisaje, ese desde donde los lugareños descienden, con la fiesta de San Quirico, y ya en noche cerrada, sus típicas Falles de Durro, rito pagano (patrimonio de la Humanidad). Allí está la humilde construcción románica que te emborracha de emociones, Sant Quirce. Desde el siglo XII dejando claro que las Falles serán tradición pero el espacio de culto está entre sus paredes bien asentado. Cerrada al público solo podemos admirarla por el exterior pero, entre tú y yo, ¿qué más nos puede aportar? Si, si no veremos su retablo barroco y la propia imagen de san Quirce y santa Julia. No importa, estar allí, a 1500 metros de altitud, dominando el paisaje y mirando de tu a tu a Aigüestortes y viendo a nuestro pies el Vall de Boí es suficiente.

Y toca desandar lo andado, descender a casi los mil metros allí donde el cauce de la Noguera del Tor nos aliviará los pies. Ya descansados y tras cinco horas y casi 20 kilómetros de ruta solo cabe pensar en la fortuna que tenemos, nuestra casa con ruedas nos espera junto al mismo río. Viajes que vivimos despacio para que nada se nos escape porque, hubo un tiempo que al recorrer esta misma ruta no nos detuvimos en los detalles.

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