¿Os imagináis cuántas comidas y cenas se sirvieron en estos platos?.
Hubo un tiempo en que los enseres de una casa eran poco más. Si acaso, alguna olla, unas sartenes y estrébedes. Cántaros para el agua fresca y alguna tinaja para guardar en grasa parte de la matanza.
Vidas de gentes que desafiaban al futuro constantemente. Familias que en las noches de invierno se juntaban alrededor del fuego. Allí se contaban historias, probablemente repetitivas pero, historias que arropaban las horas frías y heladoras.
En Babia, en la provincia de León, llaman a esos encuentros el Filandón. Una reunión familiar que se ha pedido por la Junta de Castilla y León que sea declarada, por la UNESCO, como bien inmaterial de la humanidad.
Aquellas noches los hombres contaban sus encuentros con el lobo. Los más viejos sus andanzas al bajar el ganado a tierras extremeñas. Las mujeres, hilaban o tejían, poca historia que contar. Quizás, el dolor de los sabañones de lavar en agua fría. Que el niño chico se desolló las rodillas. Que a la hija más moza ya la ronda el hijo de José, el panadero… Y así, al día siguiente las historias se repetían.
Y cuando el plato ya tenia un agujero a esperar al lañador, pocas perras había para comprar por comprar. Las grapas arreglaban cualquier cosa y hacían posible un reciclaje increíble.
Llegar a estos lugares, conversar con gentes que te enseñen las casas de sus padres y abuelos no tiene precio. En esos perdidos rincones no existen hoteles, ni hostales, no existen camping. Pero, si llega una carretera es probable, muy probable que alguien pueda compartir un finladón antes de descansar en su autocaravana en ese pueblo aparcada.