Hoy imaginando historias silenciosas.

Domingos con historia.

Casa vista en Aliste


Historias que se esconden tras puertas remendadas. Escaleras que ya no sienten el corretear de chavales que bajan escalones de dos en dos. Galerías que ya no sirven para dejar airear la ropa. Establos que ya no tienen como función, guardar las bestias. Casas entre cuyos muros hubo nacimientos, casamientos y duelos. Ahora, esas casas, aguantan el paso del tiempo sin acobardarse sus maderas. Plantando cara a los años porque ellas, hasta han doblegado a su enemigo, la carcoma. Quizás un día ese casa vivió la despedida de ese hijo que iba en busca de fortuna. Los vecinos, el día de la partida, llegarían hasta la casa para despedirlo. Ese joven era el primero de los vecinos del pueblo que cruzaría el océano. Le llamaban valiente, a él que aún sin irse ya deseaba volver. A él, que cuando era niño se paralizaba si sentía el crujir de las maderas del suelo. A él, que siempre se buscaba las mañas para no caminar solo por las afueras del pueblo. La historia del hijo estuvo ligada a esa casa. Y cuando ya no llegaban noticias no hubo llanto porque esos padres, ya demasiados viejos, no sufrían la ausencia. Eso sí, seguían reviviendo día a día el lejano pasado. Aquella historia del joven que cruzó el océano.
Y es que algunas casas te quieren contar su historia. Aparcas la autocaravana junto a ellas y te secuestran tu tiempo. Imposible irte, necesitas parar, admirar y escribir lo que te trasmiten.
Casas en tierras fronterizas.En tierras de Zamora, acogedoras y acostumbradas al verbo, despedirse.

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